sábado, 7 de octubre de 2017

Uno empieza a escribir



Uno empieza a escribir y tiene un precioso negro matizado
Con brillos de terciopelo,
Algo como un mar nocturno o una nube nocturna
O un cuarto cubriéndose mimoso bajo trapecios anaranjados
Que persisten en su energía agotadora contra la pared,
Jóvenes hijos de la ventana.
O plateados, maquillados para la noche—.

Uno empieza a escribir mirando dentro
Como para preservar lo que hay y de repente
Se encuentran sus ojos con la blanca linterna de policía
De lo que ya hay: la página en blanco.
O la charla presumida de la primera línea del poema
Empeñada en posar llamativamente,
En gritar incesante su estribillo
Para vaciarle a uno del resto.
O el afectado susurro del lápiz
Que puede encandilarle y hacer que suelte el lazo
De toda la oscuridad que acarreaba.

Uno acaba el poema como puede,
A trompicones, a saltos entre palabras,
No parándose a recoger lo que se pierde
O parándose y viendolo caído en un rincón difícil.

Ahí queda, después, lo escrito, gritando con voz ajena,
Con una energía que nunca tuvo el que lo compuso,
Petrificándose como un monolito
Y quizás guardando algo de lo que quiso el poeta
Salvo que totalmente transformado por la luz.

© Luis de la Rosa Rivera




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